para estúpidos

7.6.07

El taxista obedece

La señora Clara sale a dar el paseo de la tarde. Coge el bolso, comprueba que el monedero está repleto de dinero, cierra la puerta con dos vueltas de llave y se dirige a la esquina, donde está la plaza del pueblo. Ha visto a su vecina con el perro. El perro la ha mirado y ha movido la cola. Para evitarla, Clara detiene a un taxi con rapidez.
Se sienta, indica el recorrido, abre la ventana y enciende un cigarrillo.
El taxista para en la esquina.
—Aquí no se puede fumar.
La señora Clara se apea del coche y se va. Él, indignado, la persigue hasta alcanzarla.
—Eh, adónde cree que va, listilla.
—¿Y las copas?
—¿Las copas?
—Sí, ahí —contesta Clara y le señala un bar. El taxista, resignado, sigue sus redondos pasos.
La señora Clara se sienta en la barra, se quita la chaqueta y enciende un cigarrillo. Pide dos copas de brandy con hielo y señala una butaca para que el taxista tome asiento. El taxista le dice que prefiere una coca cola y Clara se la pide al camarero. Ambos beben en silencio.

El taxista termina el refresco. Coge las llaves y las hace saltar de una mano a la otra.
—En fin.
—No, espere —le ordena Clara, y apura el segundo vaso de brandy hasta acabarlo por completo—. Necesito que me lleve a otro lugar.
—Vaya, no ha dejado ni gota.
—No está lejos de aquí —dice Clara y abre el monedero del que saltan algunos billetes. El taxista se agacha para devolvérselos, pero Clara le indica que pague la cuenta y se quede con el resto. Salen del bar y suben al coche.
—Usted dirá.
—Siga recto.
Cruzaron el semáforo y giraron a la izquierda. Al dejar atrás el hospital, Clara le indica que se detenga.
—¿Usted sabe que los chinos torturaban a sus prisioneros con una gota de agua? —dice Clara antes de abrir la portezuela.
—¿Una gota de agua?, ¡venga ya!
—Eso dicen. —Clara busca el monedero, le entrega otros tantos billetes y agrega–: Necesito que me acompañe.
El taxista obedece.

Al cerrar la puerta del apartamento, Clara lo coge de la mano y lo conduce hacia el oscuro cuarto de baño. Cierra la puerta y recién entonces enciende la luz. La bombilla parpadea unos segundos, suelta un humo plateado acompañado de un ínfimo estruendo y muere poco después. Ambos la miran perplejos.
—Vaya, lo que faltaba —exclama el taxista sin saber muy bien por qué.
—Eso no es lo peor. Siéntese en el váter y escuche con atención, voy a ver si tengo alguna bombilla por ahí —contesta Clara y cierra la puerta.
El taxista tarda dos o tres minutos en acostumbrar la vista a la oscuridad. Todavía no se ha dado cuenta del problema. Intrigado, busca en el bolsillo de la chaqueta un cigarrillo. Lo enciende, y la pequeña llama del mechero consigue cegarlo otra vez.
—¿Señora? ¿Me puede explicar qué es lo que tengo que escuchar con tanta atención?
Silencio.
El taxista comienza a inquietarse. Toma conciencia de la absurda situación y decide salir de inmediato. Pero, como es evidente a esta altura del relato, la puerta está cerrada por fuera.
Después de un desafortunado forcejeo, el taxista vuelve a sentarse en el váter, resignado.
Entonces, una gota cae del grifo de la bañera. El taxista enciende un cigarrillo mientras oye que la segunda gotita se estrella. Poco a poco, el intervalo se acelera y una sucesión de gotitas comienza a invadir el oscuro silencio.
El taxista maldice su estupidez y aplasta la colilla en el suelo. Es entonces cuando una enorme gota cristalina viene a aterrizar en el centro de su cabeza. Y luego otra. El taxista se pone de pie y mira hacia arriba. No consigue ver. Ilumina la zona con el mechero y la gota se detiene en la superficie del techo. Al extinguirse la llama, la gota se deja caer. Entonces comprende: la luz inhibe la caída de las gotitas.
Satisfecho por el descubrimiento, el taxista saca su teléfono y mantiene encendida la pantalla. No hay cobertura. Mira las fotografías almacenadas, relee mensajes de texto, juega al tetris una y otra vez. Cuando está a punto de perder la paciencia, se abre la puerta.
—He tenido que salir a comprarla —se excusa Clara con la bombilla en la mano.
—Es la luz —contesta el taxista.
—Sí, lo sé.

1 Comments:

At 11:34 p. m., Blogger sancho said...

¡Esa es mi Vero¡ Muy bueno el relatillo, me encantó.

 

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