para estúpidos

26.5.07

Lástima que sea mentira tanta belleza

Frase. Ah, sí, muy bonito. Todo es bello, la vida es bella y rosa, demasiado rosa y verde (ya lo entenderán).

Apunte. Lástima que sea mentira tanta belleza. Sí, señor, qué pena... pero no una penita de vino tinto vertido en el mantel, o de canciones bonitas malgastadas con recuerdos, ¿ahora lo entienden? No, no. Se parece más bien a la angustia, el hastío que se arrastra con el pasar de los días. Ustedes comprenderán, no es para menos. Por ejemplo, yo, que trabajo en una fábrica en donde día tras día me dedico a contar cuántos fósforos hay en cada caja… ya me dirán si esto es vida. Pero luego hay otras cosas, como esos pequeños momentos que llenan a algunos de felicidad. Les pondré un ejemplo para que entiendan. Yo tengo un amigo –uno–, Guillermo Fonterroso, que conocí hace un par de años en la fábrica, cuando llegó acompañado de tres cajas enormes que el encargado nos ordenó llenar con los restos malgastados –¿entendieron ahora lo de la pena?– de “cerillas”, como dijo Guillermo con acento castizo, quien resultó ser un hábil hacedor, si no el mejor, de palacios en miniatura construidos (como todos ustedes habrán deducido ya), con cerillas como las que me dedico a contar.
Un artista, Guillermo. Debido a su afición, tan celebrada en los concursos que la fábrica en la que trabajo promociona a cambio de una cantidad de banners de publicidad al año, necesitaba ingentes cantidades de ellos (ellas) y su economía no andaba tan holgada como para comprarlos. Y ustedes dirán, ah, esto se parece demasiado a aquella película de idiotas y pensarán luego que todo esto me lo invento, pero no. Lo cierto es que el productor de aquella película se puso en contacto con Guillermo después de conocer la seguidilla de sus premios, invitándole a una cena. Allí Guillermo habló de su Torre Eiffel, de sus casas victorianas, del Prestige y de la serie Verde. El nuevo proyecto incluía el parque de Doñana con su presa de minerales pesados y los incendios forestales de Galicia.
Vete a saber por qué se le dio por este fanatismo. Aunque no lo dijo –en asuntos de amor o sexo Guillermo es muy reservado– a mí me parece que, por esos días, andaba tonteando con una militante solidaria. Incitado por los arrumacos de esa intransigente o no, lo cierto es que esta empresa acabó con la generosidad de familiares y vecinos, que al enterarse de que el artista no cedía en su obstinación realista (porque tuvo que utilizar fósforos enteros que luego incendió para la fotografía), terminaron por retirarle el saludo. Pero Guillermo, a pesar de lo onerosa en dinero y vecinos que le resultó su serie Verde, no claudicó. Invirtió todos sus ahorros y me convenció para que le prestara los míos, vendió la casa de su madre (encerrando a la pobre en un asilo de ancianos del Estado adictos al dominó y los autobuses a Benidorm), organizó una lotería trucada y un sinfín de actividades destinadas a financiar su enorme estupidez, todo lo cual ha provocado en mí una tristeza descomunal en compensación por su alegría.
El universo funciona así, tambaleándose para no caer, fluctuant nec mergitur, que dicen los cultos (y los parisinos). Aunque los que suelen decir tales barbaridades se codean con la felicidad (y los verdes tejados de zinc) día tras día. Todo es muy bonito, claro, rosa (verde), demasiado rosa. Para algunos, naturalmente.

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