para estúpidos

16.5.07

El impreso

Cuando llegué al edificio Prince en la calle Lorca eran no más de las diez. Tenía que rellenar un sencillo impreso e incluir mis datos en un ordenador para optar por una de las viviendas sociales dispuestas a concurso para la gente que de algún modo tenemos una vida precaria y un futuro verdaderamente muy negro. Parecía bastante fácil. Me acerqué a la primera mesa que había justo en la entrada donde me informaron educadamente que tenía que dirigirme a la planta 3ª, sección 2ª, puerta 4, ventanilla 8. Al principio no llegué a sorprenderme demasiado por tal explicación, fue luego en el ascensor cuando me di cuenta de que aquella mañana podía ser bastante larga. Ya en la 3ª planta, me dispuse a seguir las indicaciones. Los pasillos eran enormes, con diversas puertas dispuestas de manera arbitraria, y en cada puerta había un letrero que indicaba la sección. Tardé rato en encontrar la sección 2ª. Al entrar, los pasillos se hicieron más anchos, y el número de puertas se triplicaron. Cada puerta tenía un número escrito en latín que no seguía ninguna lógica con respecto a las puertas contiguas, por lo que tardé algo más de una hora en encontrar la puerta que me correspondía. Al cruzar la puerta 4 me encontré en un espacio abierto donde una multitud se amontonaba de manera ordenada formando filas que parecían kilométricas. En esta ocasión las ventanillas seguían una numeración alfabética, por lo que tuve que descifrar que la correspondiente al número 8 no tenía más remedio que ser la letra "h"; me sentí entonces afortunado por no tener que buscar la ventanilla 58. Ya en la cola un señor seguía a otro, y luego había una señora ancha, y luego otro señor...así hasta el fondo, donde podía distinguir con dificultad la ventanilla. -Perdone, ¿es usted el último?-. El señor me miró con la comisura de los labios hacia arriba y me contestó con burla: -No, usted-. A partir de aquí solo tenía que esperar pacientemente a que se disipara la fila humana. Al poco rato (aún no me había movido un palmo del sitio) la ventanilla se cerró. -¡Van a desayunar!- escuché decir a alguien. El tiempo seguía pasando sin darme cuenta. Pude ver que la ventanilla se abría y se cerraba constantemente. El señor de la comisura hacia arriba me confesó que llavaba tanto tiempo en esa sala que había perdido la noción del tiempo. Al mirar hacia arriba advertí que las luces no eran ni naturales ni artificiales, era como si una nube blanca iluminara a la enorme sala de manera que a uno le pudiera parecer que levitara. Quise entonces consultar en mi reloj la hora y me di cuenta que la pantalla estaba completamente vacía. Seguí no obstante esperando sin preocuparme demasiado mirando a las filas contiguas. Lo que más me extrañaba en la sala era el silencio. El tiempo seguía pasando aunque no en mi reloj, pero no tenía sensación de fatiga, ni siquiera hambre. Solo era cuestión de tiempo... Los de la fila contigua parecían tranquilos. Había unas plantas de plástico dispuestas por la gran sala de manera arbitraria (Esperar el...). La señora ancha pasaba el tiempo hojeando una revista del corazón (porque yo venía para...). Una mujer se colocó justo detrás de mí... (Porque venía para...). -Señor, ¿es usted el último?-. -No, señora, lo es usted-.

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